domingo, 24 de septiembre de 2017

No Matarás.


Sentido y sinsentido de una prohibición


Si hay una experiencia que nos ha atravesado en el siglo XX y nos ha ubicado exhautos en las puertas del tercer milenio, es la de los diversos holocaustos. En nombre de soluciones finales, de reconstrucciones patrias, de limpiezas étnicas, de purgas necesarias, de seres nacionales, se ha desplegado todo un arsenal metafórico para hablar de la abolición de lo impuro, distinto, extranjero, anormal, in-humano, irracional.
Así se constituyó una voz que legitimó el peso de la muerte. En el siglo de las luces todo debía ser racionalizado en un mundo que comenzó administrando bienes y recursos y terminó contabilizando cuerpos y muertes. Esos cuerpos, de dudosa relación con el alma, que nos legó Descartes, más el resto de los entes clasificados, definidos y domesticados tomaron un lugar unívoco. El exceso, lo que sobra, símbolos, deseos, hombres, será recortado, objetos de las matanzas administrativas, de las que habló Hannah Arendt. Formas de ordenar un espacio geográfico y político que llegó a borrar los cuerpos de los nativos –los naturales- pertenecientes a la “irracionalidad” dominado por la racionalidad de los diversos imperios.
Pero si hay individuo es también en tanto su cuerpo no es objeto de sacrificio, aún cuando pertenezca al caos de lo viviente. El rito y su repetición simbolizan la marca inscripta en el cuerpo, sacrifica en él lo que lo evidencia como pura inmediatez natural y lo relanza como humano por la mediación de la cultura. Identificación simbólica que permite la reunión de los hombres en torno al altar del sacrificio, lugar común de la ciudad. Pero lo sacrificado, lo que se pierde para que haya comunidad, es el poder de matar al otro.
Sacrificio paradojal que se articula como prohibición: el No matarás internalizado como forma de subjetivación. Rito que instaura el orden simbólico y que se erige para impedir la muerte perpetua, multiplicada en los genocidios. Así se garantiza la vida natural como condición de la vida del espíritu. A eso se lo ha denominado el origen de lo político. El contrato que funda lo social en la modernidad es el pasaje del hipotético estado de naturaleza al orden político por la vía de un acuerdo, de una convención entre individuos igualmente racionales, desinteresados y propietarios de sus pasiones. Indivisibles, esos átomos racionales someten su voluntad a su razón y realizan un contrato solo posible para sujetos que no padecen sujeción alguna. Así, el contrato social lockeano naufraga en el lugar en que los individuos se apropian del sistema de la lengua para decir su palabra. En plena crisis de lo político y de las ideologías, la pregunta se articula en discurso por la vía de un lazo social que pregunta por la vacilante capacidad de representación de los signos con relación a los intereses .
Dudo, hablo, entonces estoy con otro. Un modo distinto de enunciar el cogito. Esta suposición del otro, si no prospera en diálogo, al menos impedirá por un momento el asesinato recíproco.
El No matarás es oposición a toda respuesta, no importa su proveniencia: ideologías, sistemas administrativos, fundamentalismos, ciencia, etc., porque se coloca a favor de un principio de vida contra toda la organización burocrática de la muerte,aún cuando tome las formas positivas de la raza superior, de la patria, del valor inmanente del descubrimiento científico… La vida no se sustancializa en contenido sino que es sostenida como la materia prima, ininteligible, indeterminable, un modo de pensar el límite y no la positividad capturable por vía de los sentidos o de la intelección. La vida en su movimiento es lo que nos da la espalda, lo gravísimo que hay que pensar. Y el No matarás es un movimiento, a la vez irreductible y fundante para el pensar.
Se plantea así la responsabilidad ética que no está ligada a la permanencia en el ser, imposible de garantizar en cogito alguno, sino la fidelidad a la promesa que se articula en la palabra. Promesa de no destruir lo insoportable de la presencia del otro, su absoluta alteridad que no puede reducirse a lo mismo.  Y que por lo tanto, debo limitar a describir, a relatar… La ética así se constituye como otro modo de relación del sujeto con el tiempo, en donde no se adueña de la historia, ni domina el futuro, sino que se despliega en una temporalidad no cronológica teniendo en cuenta lo que adviene en la historicidad misma. El conjunto de las acciones se constituye en la memoria y, como tal, en el relato que hace de los individuos algo más que los miembros de una especie para transformarlos en los que hablan las palabras de la tribu. Para habitar, construir y pensar en comunidad.

Dra. Alejandra A. González
Miembro fundador Comunidad No Matarás



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