domingo, 10 de septiembre de 2017

No matarás





Fundamentalismo y Nihilismo. pensar en otros límites.


No matarás


Los esfuerzos por sostener este Mandamiento que apela, él mismo, al trabajo de la negatividad en su propio enunciado, muestran que hay un reconocimiento de la violencia originaria. De lo contrario enunciarlo sería fútil. El NO tiene la fuerza de la negatividad imperativa que quiere prevenir y sancionar el asesinato, en el conocimiento de que la muerte está en cada uno de nosotros, según el modo de la finitud. Atemperar esa violencia de la muerte requiere del imperativo que hace límite al asesinato.
Sin embargo, no olvidemos que somos y estamos en el conflicto. El peligro –de la muerte- siempre está presente y se manifiesta en la proximidad inquietante del amigo-enemigo, el igual y diferente, entre hostis y hospes, el hostil y el huésped que tienen la misma raíz. Lo más próximo es también lo más peligroso, porque constitutivamente es lo otro. La hermandad es la relación de cercanía y lejanía, de amor y odio, de ternura y envidia muchas veces mostrada paradigmáticamente en los textos sagrados y en las tragedias.
Todos los relatos sobre el crimen fundador, colectivo, ritual, sacrificial, que acompañan a la historia de la civilización no hacen más que retomar la forma metafórica de la falta, del delinquere en el sentido técnico de faltar, de no haber: la brecha, el trauma, la escena primitiva, la laguna de donde provenimos, su ausencia.
Si el neoliberalismo basado en un culto extremo al individuo del éxito es un sistema basado en las exclusiones, el colapso de hoy signado por muertes simbólicas y reales, demanda de nosotros la imaginación de la entrega y la donación, para reconstruir algo en común. Algo en común que repare la falta grave de huida narcotizante hacia un nihilismo ético, consecuencia del fundamentalismo neoliberal-tecno-guerrero. El mismo que inventó el pensamiento único en los ’80 y ahora, la posverdad. Algo en común que repare el error posmoderno de abogar por una diferencia que condujo sin más a la indiferencia y al abandono de personas y de pueblos enteros. Entiendo por fundamentalismo a aquella praxis que afirma que su verdad es la única verdad y que propone una actitud agresiva contra lo que considera no-verdades. Su consecuencia mediata o inmediata es definir al adversario como inferior, peligroso, maléfico, infiel. Por lo tanto, inhumano.
Su contracara es el nihilismo, postura que muchas veces proviene del relativismo o del escepticismo y que, al potenciarse en su indiferentismo ético se torna letal, si no por acción, por omisión.
Unos y otros, provengan de estados autoritarios, de sectas diversas o de ciudadanos que parecen políticamente correctos, conllevan gérmenes de violencia que, agregada a la violencia originaria de nuestra propia condición humana, hegemonizan la historia con guerras santas, genocidios, masacres y terrorismos de estado. Sin olvidar que muchas veces la raíz de tanta violencia es la exacerbación del pathos del egoísmo: el tener y el querer tener más rompe muchas veces los límites del mandamiento y mata, tortura, comercia con armas y con personas transformadas en mercancías.
Estas formas del fundamentalismo y del nihilismo posmoderno sólo pudo concretarse en nuestra patria sobre los muertos reales del período  1976-83.
Si bien hemos logrado mantener a partir de la recuperación democrática un sistema político que parece ser el menos malo de los conocidos, hay deterioro y labilidad cuando los poderes fácticos hegemonizan y parasitan al Estado. ¿Será posible desandar la violencia y vivir juntos en paz? Pregunta política e histórica; no es la primera vez que la formulamos.


Lo propio o lo común


Apelamos entonces al trabajo de la crítica que nos permite discriminar entre la ética de lo propio y la ética de lo común. La ética de los bienes (propios) contribuye a identificar en un solo espacio el ejercicio del poder político - del Estado- con el del interés propio. Restituir la paz sería tener la posibilidad de darle cabida a la categoría de comunidad, que confronta lo común con lo propio, término ligado al sintagma sociedad civil.
Siguiendo las huellas del Communitas del filósofo italiano Roberto Esposito, lo común y lo propio son sustantivos opuestos. Que también responden o declinan éticas opuestas: la ética de los bienes versus la ética de los fines. El primer significado que los diccionarios registran del sustantivo communitas y del adjetivo communis es el que se define por oposición a propio. En todas las lenguas romances, y no solo en ellas, común (comune, común, common, kommun) es lo que no es propio y empieza allí donde lo propio termina.
La comunidad es conflicto porque es el topos común de vida y muerte. La comunidad no es la suma de los individuos, es algo más: cualitativamente podemos definirla como una estructura lábil que sin embargo, se reconoce en los mitos, historias, artes y lenguajes comunes. Y que da sentido a las generaciones como un don que se recibe y se pasa.
Salir de la lógica de lo propio como propiedad permitiría salir de la lógica neoliberal de la adición y de la sustracción, del valor cuantitativo del tener que ya desde Hobbes construye una sociedad de contrato que lleva a una sociedad de desigualdades. Hoy no nos bastan las filosofías ni las artes ni las éticas que entienden que las relaciones fundamentales se dan entre público y privado.
Aunque la figura del soberano del Leviatán  suponga un lugar por encima de las partes, de lo que se trata tanto en el iusnaturalismo como en las nuevas filosofías comunitaristas de corte anglosajón es de resguardar la propiedad: no lo común, sino lo mío.
Estas teorías filosóficas, éticas, artísticas, jurídicas, cuya figura privilegiada es la representación  no bastan para interpretar nuestro mundo y recuperar las cifras de la paz. Hoy necesitamos algo en común: no bienes materiales, ni prestigio, ni negocios. Lo común es compartir la carga de la vida, la falta originaria sin sacarle el cuerpo, sin tener privilegios o inmunidades que permitan mirar para otro lado. Lo común es impropio pero es el lugar privilegiado para reconocernos como comunidad, para poder vivir juntos. La propiedad separa, recorta y hace culto de lo individuo. Lo común reconoce la diferencia en lo horizontal del ser-para-el-nacer y para-el-morir.
Si permanecemos en la lógica del que tiene y del que no tiene, el desmantelamiento será cada vez peor, las leyes dejarán de cumplirse en su totalidad y la anarquía fruto del egoísmo reordenará violentamente lo que reste de nosotros.

Ana Zagari
Directora Comunidad No Matarás
Directora del Observatorio sobre vulneraciones a la justicia social y la paz
Profesora Emérita Universidad del Salvador


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