No matarás
Los
esfuerzos por sostener este Mandamiento que apela, él mismo, al trabajo de la
negatividad en su propio enunciado, muestran que hay un reconocimiento de la
violencia originaria. De lo contrario enunciarlo sería fútil. El NO tiene la fuerza de la negatividad
imperativa que quiere prevenir y sancionar el asesinato, en el conocimiento de
que la muerte está en cada uno de nosotros, según el modo de la finitud.
Atemperar esa violencia de la muerte requiere del imperativo que hace límite al
asesinato.
Sin
embargo, no olvidemos que somos y estamos en el conflicto. El peligro –de la
muerte- siempre está presente y se manifiesta en la proximidad inquietante del
amigo-enemigo, el igual y diferente, entre hostis
y hospes, el hostil y el huésped que tienen la misma raíz. Lo más próximo
es también lo más peligroso, porque constitutivamente es lo otro. La hermandad
es la relación de cercanía y lejanía, de amor y odio, de ternura y envidia
muchas veces mostrada paradigmáticamente en los textos sagrados y en las
tragedias.
Todos los
relatos sobre el crimen fundador, colectivo, ritual, sacrificial, que acompañan
a la historia de la civilización no hacen más que retomar la forma metafórica
de la falta, del delinquere en el
sentido técnico de faltar, de no haber: la brecha, el trauma, la escena
primitiva, la laguna de donde provenimos, su ausencia.
Si el
neoliberalismo basado en un culto extremo al individuo del éxito es un sistema
basado en las exclusiones, el colapso de hoy signado por muertes simbólicas y
reales, demanda de nosotros la imaginación de la entrega y la donación, para
reconstruir algo en común. Algo en común que repare la falta grave de huida
narcotizante hacia un nihilismo ético, consecuencia del fundamentalismo
neoliberal-tecno-guerrero. El mismo que inventó el pensamiento único en los ’80
y ahora, la posverdad. Algo en común que repare el error posmoderno de abogar
por una diferencia que condujo sin más a la indiferencia y al abandono de
personas y de pueblos enteros. Entiendo por fundamentalismo a aquella praxis
que afirma que su verdad es la única verdad y que propone una actitud agresiva
contra lo que considera no-verdades. Su consecuencia mediata o inmediata es
definir al adversario como inferior, peligroso, maléfico, infiel. Por lo tanto,
inhumano.
Su
contracara es el nihilismo, postura que muchas veces proviene del relativismo o
del escepticismo y que, al potenciarse en su indiferentismo ético se torna
letal, si no por acción, por omisión.
Unos y
otros, provengan de estados autoritarios, de sectas diversas o de ciudadanos
que parecen políticamente correctos, conllevan gérmenes de violencia que,
agregada a la violencia originaria de nuestra propia condición humana,
hegemonizan la historia con guerras santas, genocidios, masacres y terrorismos
de estado. Sin olvidar que muchas veces la raíz de tanta violencia es la
exacerbación del pathos del egoísmo: el tener y el querer tener más rompe
muchas veces los límites del mandamiento y mata, tortura, comercia con armas y
con personas transformadas en mercancías.
Estas
formas del fundamentalismo y del nihilismo posmoderno sólo pudo concretarse en
nuestra patria sobre los muertos reales del período 1976-83.
Si bien
hemos logrado mantener a partir de la recuperación democrática un sistema
político que parece ser el menos malo de los conocidos, hay deterioro y
labilidad cuando los poderes fácticos hegemonizan y parasitan al Estado. ¿Será
posible desandar la violencia y vivir juntos en paz? Pregunta política e
histórica; no es la primera vez que la formulamos.
Lo propio o lo común
Apelamos
entonces al trabajo de la crítica que nos permite discriminar entre la ética de
lo propio y la ética de lo común. La ética de los bienes (propios) contribuye a
identificar en un solo espacio el ejercicio del poder político - del Estado-
con el del interés propio. Restituir la paz sería tener la posibilidad de darle
cabida a la categoría de comunidad, que
confronta lo común con lo propio, término ligado al sintagma sociedad civil.
Siguiendo las huellas del Communitas del filósofo italiano Roberto Esposito, lo común y lo
propio son sustantivos opuestos. Que también responden o declinan éticas
opuestas: la ética de los bienes versus la ética de los fines. El primer
significado que los diccionarios registran del sustantivo communitas y del adjetivo
communis es el que se define por oposición a propio. En todas las lenguas romances, y no solo en ellas, común
(comune, común, common, kommun) es lo que no
es propio y empieza allí donde lo propio termina.
La
comunidad es conflicto porque es el topos común de vida y muerte. La comunidad
no es la suma de los individuos, es algo más: cualitativamente podemos
definirla como una estructura lábil que sin embargo, se reconoce en los mitos,
historias, artes y lenguajes comunes. Y que da sentido a las generaciones como
un don que se recibe y se pasa.
Salir de la
lógica de lo propio como propiedad permitiría salir de la lógica neoliberal de
la adición y de la sustracción, del valor cuantitativo del tener que ya desde
Hobbes construye una sociedad de contrato que lleva a una sociedad de
desigualdades. Hoy no nos bastan las filosofías ni las artes ni las éticas que
entienden que las relaciones fundamentales se dan entre público y privado.
Aunque la
figura del soberano del Leviatán suponga
un lugar por encima de las partes, de lo que se trata tanto en el
iusnaturalismo como en las nuevas filosofías comunitaristas de corte anglosajón
es de resguardar la propiedad: no lo común, sino lo mío.
Estas
teorías filosóficas, éticas, artísticas, jurídicas, cuya figura privilegiada es
la representación no bastan para interpretar nuestro mundo y
recuperar las cifras de la paz. Hoy necesitamos algo en común: no bienes
materiales, ni prestigio, ni negocios. Lo común es compartir la carga de la
vida, la falta originaria sin sacarle el cuerpo, sin tener privilegios o
inmunidades que permitan mirar para otro lado. Lo común es impropio pero es el
lugar privilegiado para reconocernos como comunidad, para poder vivir juntos.
La propiedad separa, recorta y hace culto de lo individuo. Lo común reconoce la
diferencia en lo horizontal del ser-para-el-nacer y para-el-morir.
Si
permanecemos en la lógica del que tiene y del que no tiene, el desmantelamiento
será cada vez peor, las leyes dejarán de cumplirse en su totalidad y la
anarquía fruto del egoísmo reordenará violentamente lo que reste de nosotros.
Ana Zagari
Directora Comunidad No
Matarás
Directora del Observatorio sobre
vulneraciones a la justicia social y la paz
Profesora Emérita Universidad del
Salvador
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